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Centenario Obras

Cuatro generaciones en el club

“Obras es mi casa. Yo se que eso de nacer y crecer en el club es una frase hecha, que acá no hay salas de parto, pero realmente siento que este es mi lugar de pertenencia”.

A lo largo de la historia, las familias fueron las que hicieron grandes y sostuvieron a los clubes de barrio. Era una cita obligada, ya sea para hacer alguna actividad deportiva o participar de algún evento social. Desde el abuelo hasta el nieto. Con el tiempo esto se fue perdiendo, pero todavía quedan los que apuestan a recordar y transmitir toda esa historia a los más chicos para que la tradición de los colores se mantenga de generación en generación.

Juan Martín Costa juega al rugby en el club desde los 8 años. Hizo la primaria, el secundario y hoy cursa el último año del profesorado de educación física, todo en el Instituto Obras. Hoy, con 32, juega en el plantel superior y mantiene el espíritu de una familia que siempre respiró deporte.

Hugo Barrios, su abuelo, fue el precursor de que Alicia, su mamá, y Marta, su tía, fueran nadadoras. La primera terminó siendo campeona argentina en 1959 representando a Obras, mientras que la segunda obtuvo el Sudamericano un año después en Cali, Colombia.

“Cuando dejó la natación, mi madre también jugó al hockey sobre césped acá. De todas maneras, lo hizo ya más recreativamente. Era como una forma de no dejar el deporte. La que sigue compitiendo hasta el día de hoy en veteranas es mi tía. Con 74 años nada para GEBA. Vivió en Miramar y corría triatlón con 65 pirulos los fines de semana”, suma Costa.

“En esa época eran muy duros los entrenamientos y era importante lograr prestigio. Antes, el club era un lugar de pertenencia fuerte. Mi mamá ya hacía con sus amigos la vida de club que yo heredé después. Por eso digo que es muy importante pasarlo de generación en generación. Yo luego lo viví, pero antes de vivirlo mi mamá me lo fue contando, y yo se lo cuento hoy a mis hijos”, agrega.

Sus dos hijos son Pedro, de seis, y Lisandro, de cuatro. Ellos son los que continuarán con la dinastía aurinegra. “Yo les enseño lo que es Obras por el amor que tengo, pero sin obligar. Pedro solo ya dice que juega al rugby y es de Obras. Es increíble, porque a veces cuando le cuento algunos pormenores que tuvo o tiene la institución, obviamente adaptado a un chico de seis años, se pone triste y da su opinión. Creo que eso es porque se transmite un sentimiento genuino, no se trata de fanatismo. Les gusta los colores y la camiseta. Después que hagan lo que quieran, pero es importante que conozcan la historia del club. La abuela les habla de sus experiencias acá y ellos abren grande los ojos y quedan fascinados”, cuenta Costa.

-¿Te ves reflejado en ellos?
-Me veo reflejado en ellos por la inquietud que tienen con el deporte. Yo acá vine a la colonia, al colegio, hice básquet en la época que estaba Bernardo Murphy, natación, fútbol, de todo. Me veo reflejado en esa pasión que tienen por la actividad física.

-¿Qué es Obras?
-Es una institución muy grande, con mucha historia, más de lo que la gente conoce. Tuvo el primer colegio club modelo de Sudamérica, fue campeón del mundo en básquet, campeón de la URBA, es decir que está entre los únicos 16 campeones de la historia de la competencia, entre muchas otras cosas más. Para mí siempre ha sido una referencia de lo que es una familia deportiva. Es algo que vivo como algo muy motivador y emocionante. Yo acá crecí jugando al fútbol con los plomos de Charly García cuando tenían un recreo durante el armado del show. Nosotros éramos chicos, pero los pibes jugaban áspero (se ríe). Es un lugar que reúne mucha energía positiva, como pocos en el mundo. Creo en eso.

-¿Tenés muchos recuerdos o anécdotas como la del fútbol con los plomos?
-Por supuesto. Cuando tenía 15 años vinieron chicos de una escuela de Sudáfrica a jugar al rugby contra la menores de 16 y de 19. El vuelo se adelantó y todos los sudafricanos cayeron a la puerta de Libertador antes de tiempo con los bolsos. Pero yo vivía en el club, estaba hasta cuando no tenía que estar. En una época cerraba los lunes, pero yo venía igual y me dejaban pasar. Estaba solo, por ahí pateando a los palos. En ese momento no entendía nada, no había ninguna autoridad para recibirlos. Me acuerdo que tuve que hacer de traductor, hablar y mantenerlos ahí. Tuve que hacer de buen anfitrión hasta que llegara la gente de rugby. Los hice conocer todo e hicimos una especie de picnic en la cancha. Más allá de que hubo un problema de logística, para mí fue un honor. Fue como abrir las puertas de mi casa y decir “pasen tranquilos”.

-¿Y en relación a los recitales?
-Recuerdo haberme colado en las pruebas de sonido de Gustavo Cerati, uno de mis ídolos. De Charly y de Iggy Pop también. Nos metíamos entre los alambrados, escapándonos del “Chango” (un hombre histórico del mantenimiento de Obras) o de algún otro que nos corría, y nos sentábamos en un rincón con el estadio vacío, con Cerati tocando solo para nosotros. Después, si veníamos o no al recital no importaba. También se daba de estar entrenando y tener rock en vivo a unos metros. Eso era una motivación increíble. Es una gran verdad que si sos de Obras realmente sos rock porque lo curtiste bien de cerca. Eso es único, no existe en ningún lado. Nos ha pasado de sacarnos una foto con León Gieco, y él después jugó al fútbol con nosotros. Y, si no recuerdo mal, Iorio, de Almafuerte, se sumó a algún picado. Mucha bermuda de jean cortada y zapatillas All Star altas. Ese era el uniforme de los plomos de todas las bandas de rock acá.

-¿Qué le deseás al club en el año del centenario?
-Todo lo mejor, mucho amor y que nunca pierda la memoria, porque es la base de todo. Ojalá se apoye en esa historia para vivir mil años más. A Obras lo hizo grande toda su gente. Y cuando digo toda, es toda.

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